Cuenta regresiva  N°3

Junio 1973  
                   

El mes de junio de 1973 fue sin lugar a dudas, decisivo en el desarrollo de la conspiración que desembocaría en el golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

 

El 10 de junio el general Carlos Prats reunió a los generales Pinochet, Orlando Urbina, inspector general del Ejército,  Mario Sepúlveda Squella,  jefe de la inteligencia militar y de la Guarnición de Santiago y Guillermo Pickering, comandante de los Institutos militares. En sus memorias (Profesión soldado) el general Pickering, hoy fallecido, escribe que el general Prats explicó que había sido el blanco de presiones y ataques al asumir el ministerio del interior y la Vicepresidencia de la República…(dijo) haber recibido fuertes presiones para aprovechar la oportunidad que el Presidente estaba en el exterior y derrocarlo. “Yo no sé afirmó Prats, si esta gente alcanza a comprender lo que significa para un soldado la honorabilidad y la lealtad. Si llegado el caso tuviera que enfrentarme con el Presidente de la República lo haría cuando él estuviera aquí y no cobardemente aprovechando su ausencia”. Se había iniciado una campaña difamatoria e insultante contra su persona,  Prats afirmó :  ”He sido informado que esta siniestra campaña de desprestigio estaría vinculada a un alto jefe del Ejército”.

 

Ahora bien, los generales que ya dejaban entrever su disposición a derribar al gobierno de la UP eran varios: Oscar Bonilla (ligado a la DC), Arellano Stark, uno de los primeros promotores del golpe, Sergio Nuño, Carlos Araya (de quien Prats se refiere en forma despectiva), Javier Palacios, Arturo Viveros, Manuel Torres de la Cruz y otros. Hay fuertes indicios para considerar que el general al que se refería Prats, quien desplegaba una actividad en contra suya haya sido Arellano Stark, porque el mismo Prats escribe en sus memorias, refiriéndose a otra reunión de generales donde “Extrañamente, intervino el general Sergio Arellano Stark, que normalmente mantenía silencio en esas reuniones oficiales (y esta vez expresó) que no se puede aceptar que un militar sea ministro de Defensa…”

 

Hay que recordar que la situación política era en extremo polarizada y la premura que algunos conjurados expresaban cada vez con menos ambages, era consecuencia de que el mando central de la conspiración veía con temor que se extendieran por la oficialidad de mediano rango, iniciativas y acciones imprevistas que podrían echar por tierra el plan que aún no estaba completamente acabado, puesto que el dique de contención mayor era el Ejército y su comandante en jefe. En efecto, la existencia de generales constitucionalistas, los generales Orlando Urbina, Mario Sepúlveda, Guillermo Pickering,  Ervaldo Rodríguez( agregado militar en Washington), Joaquín Lagos ( V° División) en el Ejército era un hecho y sin contar con la participación decisiva ellos, toda tentativa golpista estaba condenada al fracaso. Es por eso que a partir de junio de 1973 se inició un asedio político, parlamentario, gremial, utilizando todos los medios que disponía la conspiración : acusaciones constitucionales a ministros, huelgas de camioneros y estudiantes, utilización de la Ley de control de Armas, además por cierto de una permanente hostilización de la prensa opositora y acoso a la joven oficialidad puesto que este sector era mucho más permeable que los generales a la prédica golpista, como lo veremos con la sublevación del Regimiento Blindados n° 2 de Santiago.

 

Desde la elección parlamentaria de marzo de 1973, y ante la imposibilidad de obtener los 2/3 en el Senado y destituir legalmente al Presidente Allende, el alto mando de la conspiración decidió entonces avanzar en función del derrocamiento del gobierno de la UP mediante un golpe militar. Para ello desplegó una intensa labor de “ablandamiento” de sectores militares y civiles, logrando constituir un frente antigubernamental que incluía a federaciones de estudiantes, sindicatos de trabajadores del cobre, de camioneros, colegios profesionales y comercio detallista. Al mismo tiempo utilizaba todo el aparato institucional con acusaciones constitucionales a ministros y altos funcionarios. Una política envolvente que tenía claro que los plazos para la “decisión final” se acortaban. La Ley de Control de Armas había sido promulgada a fines de 1972 y comenzó a ser aplicada preferentemente como un instrumento intimidatorio en contra los trabajadores en fábricas emblemáticas en manos de estos : Sumar, Hirmas, Lanera Austral, etc. La no promulgación por parte del Ejecutivo de la reforma a las tres áreas de la economía era también otro factor que congregaba a los partidarios tanto de un “golpe blando”, esto es, sometimiento del gobierno a las exigencias de la oposición o, en su defecto, que fue lo que ocurrió finalmente, la “decisión final” a la que aludíamos más arriba.

 

El general Pinochet pasaba por ser un obediente oficial muy cercano a Prats y que por lo menos hasta pocos días antes del 11 de septiembre solidarizó con los generales constitucionalistas. Sin embargo, informaciones anteriores emanadas desde la estación de la CIA en Santiago lo incluía como uno de los acérrimos opositores al gobierno. Un enigma, aún si es posible ver en su extraña actitud, desleal para con su comandante en jefe, una táctica que le evitó ser individualizado como conspirador. Se considera que estuvo esperando hasta que la mayoría del Cuerpo de Generales se pronunciara en favor del golpe y entonces adhirió a él, pocos días antes del 11 de septiembre. En su libro -El día decisivo- trata de refutar la idea, vox populi entre los conjurados de la primera hora,  que se habría unido a ellos ante la inminencia del golpe y el emplazamiento perentorio del almirante Merino, el general Leigh y Arellano Stark.

 

Durante ese mes Chile estuvo inmerso en crisis periódicas. Los esfuerzos del general Prats por mantener la cohesión institucional y los llamados a evitar la guerra civil eran pan de cada día. Como anota el general Pickering en sus memorias ya citadas :”Una guerra civil sólo acontece cuando las FFAA se dividen…En Chile no puede haber dictadura del proletariado ni dictadura militar. La primera no la permite la mayoría ciudadana ni las FFAA. La segunda, puede evitarse, pues para que ella se produzca sería necesario -so pretexto de resguardar la constitucionalidad- echarse la Constitución al bolsillo y supone una acción cruenta…El Ejército debe mantenerse en un marco profesional, apolítico y constitucional, continuando su tarea de aplicar la Ley de Control de Armas e intensificando la acción de los mandos para evitar la infiltración política en sus filas”.

A fines de junio, se iniciaron una serie de reuniones en Lo Curro, en casa del abogado, Jorge Gamboa Correa, a ellas asistían el general Leigh, el vicealmirante Patricio Carvajal, el contraalmirante Ismael Huerta, el general Francisco Herrera y Nicanor Díaz Estrada por la Fach y los generales del Ejército Arturo Vivero Ávila, Javier Palacios, Arellano Stark y Sergio Nuño. En otras reuniones aparecieron los generales Manuel Torres de la Cruz y Washington Carrasco de la III división. Hoy, aparece curioso constatar como dichos oficiales se movían y reunían con bastante soltura en las barbas de los servicios de seguridad gubernamentales. Era la “Cofradía de Lo Curro”.

 

En este tenso contexto fue cuando el general Mario Sepúlveda Squella, en una inusitada conferencia de prensa denunció el 28 de junio, que en la Primera Fiscalía Militar se incoaba un proceso por tentativa de “cuartelazo militar”, a realizarse en esos días, por militares, dijo, de “baja graduación”, en connivencia con civiles de Patria y Libertad. El intento de quebrantar la institucionalidad tenía lugar en el regimiento Blindados n° 2 de Santiago. El plan consistía en apresar al Presidente de la República en su residencia de Tomás Moro y apoderarse de La Moneda. Se habría asegurado la participación de unidades del Ejército, de la Armada y de la Fach. El movimiento nacionalista Patria y Libertad aportaría por su parte con militantes que provocarían disturbios. Pero luego, Patria y Libertad retiró su apoyo y no todos los oficiales comprometidos alcanzaron a ser avisados, de esta decisión.

 

Dos días antes, el 27 de junio, había tenido lugar el golpe de Estado en Uruguay, encabezado por el presidente Juan María Bordaberry y la cúpula militar. Algunos días más tarde, en un acto de solidaridad con el pueblo uruguayo en el Estadio Chile, el cantautor oriental Alfredo Zitarrosa entonaba una canción que rendía homenaje a las FFAA chilenas por haber sofocado el “Tanquetazo” y que le penaría el resto de su vida : “Hay milicos buenos, buenos como los milicos chilenos…”.

 

En esos días se realizó también la llamada “operación Charly”, destinada a desprestigiar al general Carlos Prats. Desde un coche que rodaba por la Costanera entre Pedro de Valdivia y Manuel Montt, se hicieron gestos amenazadores a Prats. Este desenfundó su arma de servicio y disparó contra el neumático del coche. De su interior descendió doña Alejandrina Cox Valdivieso. Prats estupefacto y confuso le pidió disculpas mientras un grupo lo rodeaba amenazante. Se dirigió hacia La Moneda en donde luego de relatar al Presidente lo ocurrido le presentó su dimisión que Allende rechazó inmediatamente. Luego se asistió a una reunión en el salón de actos del Estado Mayor del Ejército donde algunos generales presentes, con evidente desgano tardaron en expresarle su lealtad y solidaridad. El viento en el Cuerpo de Generales había comenzado a tornar.

 

El “Tanquetazo” se iniciaba dos días después, el 29 de junio, en medio de un clima tenso que ahora alcanzaba la máxima instancia castrense.

 

El regimiento Blindados n° 2 estaba comandado por el teniente coronel Roberto Souper Onfray, quien se sublevó cuando recibió la orden de entregar el mando de dicha unidad. El capitán de la misma unidad, Sergio Rocha Aros había sido detenido por realizar actividades conspirativas, junto a un teniente, Guillermo Gasset y por haber tomado contacto con Patria y Libertad en vista a un alzamiento militar. Souper, acompañado por oficiales del Blindados y 6 tanques y unos 80 soldados salió de su cuartel en calle Santa Rosa (9° cuadra al sur de la Alameda) en dirección de La Moneda y el ministerio de Defensa, haciendo fuego contra dicho ministerio, la Dirección general de Carabineros y La Moneda. En el ministerio de Defensa las ráfagas provocaron la muerte de algunos suboficiales y soldados y los alzados lograron recuperar al capitán Rocha Aros, al tiempo que otros tanques rodeaban La Moneda intimando rendición a la guardia de Palacio, pero ésta respondió al fuego. Desde la esquina nororiente de la plaza de la Constitución, en Morandé con Huérfanos, un tanque y un vehículo militar disparaban sin objetivos fijos. Un camarógrafo sueco/argentino, desde la calle Agustinas, a un costado del Banco Central filmó su propia muerte: un soldado apuntó concienzudamente su fusil sobre él y disparó, luego que un oficial lo hiciera con su pistola errando el blanco.

 

Rápidamente Prats, Sepúlveda, Pickering y Pinochet, con sus fuerzas (norte, sur, este y oeste) lograron la rendición de los alzados. Una vez reducidos los amotinados alrededor de La Moneda, Prats se fue al Tacna, temiendo que a algún oficial se le ocurriera reeditar el acuartelamiento de Viaux en 1969. Pero El Tacna al mando del coronel Joaquín Ramírez Pineda ya iba en camino para cercar al Blindados n° 2. Luego llegó la Escuela de Suboficiales que se posicionó al sur de la Alameda.

 

Pickering y el ministro de Defensa José Tohá, en la Alameda frente a la U de Chile, trataban de contener a la muchedumbre que comenzaba a acudir al llamado de la CUT y de la izquierda, así como a la alocución del Presidente Allende, quien había dicho que el pueblo debía acudir y rodear La Moneda, con prudencia y sin exponerse. Fue en esos momentos que curiosamente dos de los más conspicuos conspiradores -Leigh y Carvajal- llamaron a José Tohá, el primero para indicarle que se encontraba dispuesto para bombardear a los alzados y el segundo pidiendo instrucciones al ministro. También Arellano Stark se hizo presente por teléfono, aduciendo que conocía a los del arma blindada y podía negociar su rendición. El general Mario Sepúlveda que seguía las instrucciones del general Prats y que a esas alturas desconfiaba de Arellano le respondió tajante:” Sólo habrá rendición incondicional!”.

 

El Blindados fue sitiado por el Tacna al mando del coronel Luis Ramírez Pineda. Prats había ordenado obtener la rendición incondicional de Souper, en caso contrario el coronel Ramírez Pineda debía “hacer desaparecer” al Blindados. Souper finalmente se entregaría en el Tacna a instancias perentorias del general Mario Sepúlveda. No así el capitán Rocha que asumió el mando de los alzados al interior del cuartel del Blindados. Ramírez Pineda lo instó a parlamentar pidiéndole a Rocha dejase salir a los oficiales y suboficiales que se habían negado a participar en la asonada. Rocha accedió y éstos salieron del cuartel con las manos en la nuca. Luego Rocha salió del cuartel y le dijo a Ramírez Pineda que el Blindados no se rendiría, le saludó militarmente y entró nuevamente al cuartel dándole la espalda. Este le ordenó detenerse y al no hacerlo disparó con su pistola de reglamento hiriéndolo en la cadera, pero sin tocar órgano vital alguno. Se desencadenó entonces una balacera y un cabo del Blindados (Jorquera) trató de utilizar una ametralladora Reimethal. Entonces un tirador escogido del Tacna le disparó varias veces. La octava bala le daría muerte. Hubo entonces muertos y heridos como resultado de enfrentamientos entre los propios militares.

 

El Presidente Allende hizo un llamado al pueblo por Radio Corporación para que se ocuparan fábricas, industrias y empresas y que se volcara al centro de Santiago, que saliera con prudencia a las calles con todo elemento que tuviera a mano. “Si llega la hora, armas tendrá el pueblo”, expresó.  En el acto convocado por la CUT por la tarde alrededor de La Moneda, luego de hacer aplaudir por la muchedumbre a los representantes de las FFAA, reiteró que las transformaciones seguirían haciéndose en pluralismo, democracia y libertad. Las masas exasperadas por los acontecimientos que acababan de vivir gritaban a voz en cuello: “A cerrar, a cerrar el Congreso Nacional!”.

 

Salvador Allende logró hacerse escuchar con dificultades y anunció un plebiscito “para que el pueblo se pronuncie”, dijo. Además, luego pidió autorización al Congreso para declarar estado de sitio, dada la gravedad de los acontecimientos ocurridos y las posibles ramificaciones existentes. Pero la Cámara de Diputados se opuso por 81 votos contra 52, considerando que el propio gobierno se había desde hacía tiempo colocado “en la ilegitimidad”.

 

Prats estimó que el motín había sido instigado por Patria y Libertad, y que además oficiales del Blindados habían entregado ametralladoras pesadas y municiones a esta organización, cuyos principales dirigentes se asilaron en la Embajada de Ecuador y algunos oficiales del Blindados en la Embajada de Paraguay.

 

El “Tanquetazo” dejó un saldo de 22 muertos, decenas de heridos y más de 50 detenidos. Dejó también el encono de sectores militares contra el coronel Ramírez Pineda por las víctimas consideradas innecesarias que causó al sofocar el levantamiento.

 

La justicia militar investigó concluyendo en la responsabilidad exclusiva de Roberto Souper y “que no había concomitancia con jefes y oficiales de otras unidades”. Lo que era falso a ojos vista.

 

Retrospectivamente, algunos comentarios sugieren que habría sido el momento de cortar el mal de raíz y realizar una purga en el generalato, pero la verdad es que a lo largo del país hubo múltiples expresiones de solidaridad con los alzados, sobre todo de la oficialidad media y baja, no así de los generales que con Prats a la cabeza habían sofocado el motín. Los generales involucrados ya en el golpe (Leigh, Arellano, Carvajal y Merino por la Armada, etc.) temieron que la conspiración fracasara y apuraron entonces como dijo Roberto Thieme de Patria Y Libertad en declaraciones posteriores, “la aceleración del golpe, el Golpe maestro que venía de afuera”.

 

El mismo Arellano declararía después que “No estábamos para asonadas…Nuestras intenciones eran bastante más serias…Por eso en un primer momento existió desazón, (el Tanquetazo) significaba un retroceso en nuestros planes”.

 

 

Francisco Peña Torres

 

 

 

   

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